Historia

Historia de Lanzahíta

No se conoce con exactitud la fecha de fundación del municipio. Sin embargo es una localidad antigua, pues su iglesia es una de las pocas mencionadas en el diezmario que en 1250 elabora Gil Torres para anotar las rentas que recibía la catedral de Ávila.

El sufijo «hita» que aparece en su nombre alude a un objeto clavado en el suelo y, como en otros topónimos, posiblemente con la finalidad de expresar la división de términos.

Lanzahíta es una población situada al pie de una de las estribaciones de la sierra, la Abantera, monte que desciende de los 1473 m. a los 447 m., donde se halla el núcleo urbano. Además de abundantes pinares, tiene amplias zonas de pastos, esencialmente en la amplia penillanura, que distingue su término de los restantes del valle del Tiétar. Está surcada por la garganta Eliza, cuyas aguas se aprovechan para el regadío, convirtiendo la llanura en fértil vega para el cultivo de hortalizas, especialmente de espárragos. Por otro lado, la riqueza de su tierra en la zona de secano es idónea para la producción de magníficos ejemplares de sandías; uno de los productos estrella de la localidad.

Estas buenas condiciones del suelo se conocen desde la antigüedad, según se deduce de los restos de la era megalítica existentes en la dehesa (próxima al río) del término municipal. Dichos restos consisten en un dolmen de corredor que se yergue en una pequeña elevación, situada a escasos metros del arroyo Robledo. En la tradición local, es conocido como «Sepulcro del Moro».

La iglesia parroquial de Lanzahíta data del siglo XVI y está dedicada a San Juan Bautista. Consta de un ábside cubierto con una bóveda de terceletes, aunque lo más destacable de su construcción es su altar mayor, un retablo de carácter escultórico de extraordinaria riqueza artística que fue obra de de dos de los discípulos de Berruguete: Juan de Frías y, sobre todo, Pedro de Salamanca.

Al pasear por las calles lanzahiteñas, llaman la atención los signos que aparecen en los dinteles de las puertas de los edificios de mayor antigüedad que aún se conservan y que están relacionados con la antigua hospitalidad para caminantes y mendigos, según lo interpreta D. Camilo José Cela al anotar su paseo por las calles de este pueblo en su libro Judíos, moros y Cristianos. «En Lanzahíta, el vagabundo leyó los hermosos signos de la dádiva, puestos a punto de navaja o a tenue traza de carbón o de piedra de cal sobre tapias y fachadas que guardan los buenos sentimientos».